jueves, 26 de julio de 2012

12 etapa / Villafranca Montes de Oca – Agés (Los lobos y Nicolás, el Bandolero)


“¡No podemos continuar ni un paso más!”. Escucho a duras penas el grito de Javier. Casi no le distingo pese a que tira de mi ramal a menos de un metro de mí. La fuerte ventisca de nieve nos ha desorientado, y hace un buen rato que ha anochecido. El viento y la nieve han cegado a Mikel, que camina penosamente agarrado a mi rabo para no extraviarse en este bosque más oscuro que las fauces del Cancerbero. Debimos quedarnos en Villafranca hasta que amainase el temporal, pero dos navarros y un asno son mala combinación en lo que a cabezonería se refiere.

Desesperados, decidimos meternos entre los árboles, donde la fuerza del viento parece amainar. Quizás sea nuestra única oportunidad de supervivencia.

El primer aullido nos hiela la sangre. Oímos a los lobos bajar a la carrera desde los cerros. Se llaman los unos a los otros acuciados por el hambre del invierno. En su frenesí jadean pensando en el festín que les brindamos.
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Corremos llenos de pavor, sin rumbo, campo a traviesa. Las ramas de los pinos rasgan mis alforjas y siento horrorizado que la mano de Mikel se desprende de mi cola. Sin dejar de correr, escuchamos un último alarido de nuestro amigo cuando es alcanzado por sus perseguidores. Ya han empezado a comer.
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En la oscuridad de la noche logro detenerme antes de precipitarme por un barranco. No ha podido hacerlo Javier, que ahora rebota por las peñas haciéndose pedazos a cada golpe.
Estoy sólo en medio de la nada. Sigo galopando por el bosque y de pronto diviso una luz en un claro. ¡Estoy salvado! Oigo voces humanas y me dirijo a toda prisa con las fauces de los lobos casi rozándome los tobillos. Las negras bestias se detienen y logro alcanzar la entrada de una cabaña de madera. Mi refugio, mi salvación. Empujo la puerta con el hocico, y entro embargado por la emoción. Ardo en deseos en conocer a quienes sin duda me darán cobijo…
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Me detengo en seco en el umbral de la choza. Caras curtidas, miradas codiciosas y crueles, barbas cerradas… en una esquina, un tiarrón gigante afila un machete. Me he topado con la partida de bandidos y asesinos más sanguinaria de la comarca. Parecen tan hambrientos como los lobos que querían darme caza. Veo el ansia en sus rostros. Los cinco malhechores babean mirándome de arriba abajo. Paralizado por el terror, no he reparado en que el del machete acaba de cerrar la puerta tras de mí. Mierda, definitivamente, debimos permanecer en Villafranca.
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Me acabo de inventar esta historia, sí. Lo he hecho porque hemos cruzado esta mañana los “temibles” Montes de Oca y, después de escuchar leyendas e historias de miedo a decenas, resulta que la etapa ha sido un paseo. Ha nevado, pero éstos con sus capotes y yo con mi chubasquero, no hemos notado la diferencia. Más aún, yo ando mejor con nieve, porque el verdor está cubierto y así no me distraigo en las orillas del camino. La verdad es que ha sido una etapa preciosa. Hemos atravesado bosques de pinos frondosos y nevados que recordaban a las Ardenas, y barrizales que podrían ser Verdún. En lo alto del puerto de la Pedraja había un monumento a los fusilados en la Guerra Civil en cuya placa se leía: “no fue inútil vuestra muerte, sino vuestro fusilamiento”. Miserias antiguas y presentes de ustedes, los humanos.
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Después de un almuerzo frugal en San Juan de Ortega, iglesia mágica, especialmente los días de equinoccio, pero hoy cerrada, hemos llegado al fin a Agés. Agés está al lado de Atapuerca, que supongo que ustedes conocerán bien. A mí no me interesa demasiado, porque para monos y eslabones perdidos ya tengo a mis compadres bípedos. Me han endosado pronto y se han ido a comer a la posada un plato de alubias con tocino y filete de ternera uno y pollo de corral guisado el otro.
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De sobremesa han estado hablando horas con Nicolás. Nicolás es un hombretón de San Juan de Ortega, el pueblo de al lado. Noventa kilos, cincuenta y cinco años, se autodescribe como más basto que un arado. Putañero confeso, nos ha contado aventuras con lumis del tardofranquismo que escandalizarían al más procaz. Socialista, ateo, albañil de profesión y ganadero de vocación. Se le caía la baba hablando de sus caballos a los cuáles dice haber domado a base de puñetazos. Uno de sus jumentos ha salido en películas del oeste: finges que le disparas y se hace el muerto. Nicolás tiene las manos llenas de heridas de apartar zarzas y cargar fardos a pulso y en los años noventa tuvo una hija a la que no conoce. Jura que que toda la carne que ha comido en su vida la ha cazado en la sierra. Montaraz, rudo, mal hablado… al conversar grita, blasfema, escupe como una mala bestia, y golpea la mesa -a cada coñac más fuerte-, pero tiene un corazón de oro. Alberga a peregrinos extraviados sin cobrarles un duro.
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Me ha querido cambiar por una de sus yeguas, pero éstos se han negado, cosa que se agradece. Con todos sus defectos es, sin duda, un tipo genuino. De los que quedan pocos. Sube y baja todos los días el puerto de la Pedraja por medio del monte para tomarse unos “chismes” en la tasca de Pedro, en Agés. Lo hace porque Pedro le fía y porque se lleva a matar con los del bar de su pueblo, bueno y con los demás también. Asegura que en las próximas elecciones se presentará a alcalde de su localidad por el PSOE. “¡Si gano, Fago los cojones! ¡Se arma la de Puertourraco dos!” (sic). No sé, creo que su personalidad bebe de aquellas leyendas de los Montes de Oca y creo también que de haber nacido siglos atrás habría sido un gran bandolero, de esos que se me querían merendar.. En el siglo XXI, no obstante, irá para político, otra forma de bandolerismo. Al verme ha dicho que es más burro que yo. Le creo. Es por eso que, si la Constitución me otorgase ese derecho, sin duda le votaría.

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