jueves, 26 de julio de 2012

22 etapa / El Burgo Ranero – Mansilla de las Mulas (La noche de las chinches vivientes)


Ahí está, tendida en la sábana, inerte, muerta. La materialización de sus pesadillas desde que salimos de Roncesvalles. Muchos agoreros les habían advertido de su presencia en el Camino, de sus efectos, de su virulencia. Al principio la temían como al mismo mal. Soñaban con ella, les inquietaba sin estar presente. Pero con el tiempo, a fuerza de no encontrarla, la olvidaron. Dejaron de recordar que podía cruzarse en su camino y se confiaron. Y ahora, como un rayo que golpea de la nada, ahí está. Parece insignificante, inofensiva, pero al verla enmudecen de pavor.

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-“Mikel, ven a ver esto”.
Mikel sube las escaleras y al entrar en la habitación observa incrédulo.
-“¿Pero es…?”
-“Joder, creo que sí”.
-“¿Y qué hacemos?”
-“No sé, le he dado con la chancleta, creo que está muerta”.
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Lo primero es asegurarse que se trata efectivamente de una chinche -Cimex lectularius- y no de otro insecto. Para ello está el Iphone. Google; chinche; Imágenes. La tecnología confirma la peor noticia. Es igual al bicho que aparece en internet al meter su nombre en el buscador.
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“Un momento. ¡Joder, se está moviendo!”
Efectivamente. Sin prisas, la alimaña vuelve a la vida. Es como un zombi. Resucita merced a un pacto antiguo y temible que hicieron sus antepasados con el mismo Satán. Sólo el fuego purificador acaba con ellas. Ainzúa arranca la página del índice de un libro de Mario Benedetti y agarra al bicho. Lo aplasta y baja las escaleras para arrojarlo a las llamas del hogar. Ya está, ya se ha ido. Vuelven a la habitación.
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“¡Era una chinche, maldita sea! Habrá miles”. Mis amos miran al techo de adobe, a sus hoquedades, a sus resquicios. Imaginan colonias, ciudades enteras de chinches dispuestas a saltar sobre ellos mientras duermen. Cunde el pánico. “¡Yo no he nacido en el primer jodido mundo para que me piquen las chinches! Vámonos a una pensión”, clama Javier. “ Son 57 euros la habitación doble”, responde Mikel.
-“¡Pues me bajo el colchón al rellano!”. Ainzúa pierde la calma, pero Mikel le tranquiliza.
-“No es más que un bicho. Esto es el camino”
-“Vale, pero dormimos juntos”.
-“Ni de coña que los otros peregrinos van a creer que somos piporros”.

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Por fin, acuerdan pernoctar cada cuál en su lecho y activar el plan de emergencia para ataque chincheril. Éste es el protocolo de actuación:
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ocultar la mayor parte de piel. Para ello duermen con jerséis, pantalones y calcetines, con los que cubren los bajos del pantalón. Mikel se ajusta la capucha de su chaqueta y Ainzúa se pone gorro.
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aplicar repelente de insectos en las zonas que quedan susceptibles de ataque. Lo hacen con fruición: nariz, manos, muñecas… el ungüento escuece, pero huele a limón. Un amigo suyo, Óscar, también se rocía. Incluso en las ingles. Haciendo de tripas corazón, mis amos le imitan. Rocían luego mochilas y sacos.
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con ayuda de una linterna, repasar resquicios de la madera, ángulos de la litera, somieres… y asegurarse de que no hay presencia enemiga.
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introducirse en el saco como una oruga en su capullo. Sellarla al máximo hasta que no asome ni lo más mínimo del cuerpo. Prescindir de cualquier tipo de manta pese al frío obsceno que hace en la estancia.
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Pensar en cosas bonitas, en nubes, en delfines, en ovejas… ¡No! En ovejas no, a veces tienen chinches… Y procurar dormir poniéndose en manos de Dios.

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Su plan ha funcionado. Se han despertado tiritando pero sin rastro de picaduras. La noche ha estado plagada de sobresaltos, inquietudes y miedos. Sabedores de que más allá de su círculo de repelente, el mal les esperaba. Como el Conde Drácula ante un círculo de sal. Para colmo, pasada la media noche, unos peregrinos gringos que celebraban un cumpleaños en la taberna de enfrente regresan borrachos y dando golpes para que les abran. Se arma jaleo y por fin entran. Pero el susto de Ainzúa ha sido soberbio. Se ha levantado con saco y todo y ha pedido ayuda a Mikel, convencido de que ésta era la peor noche de su vida.

Respecto a las picaduras, no ha tenido tanta suerte su amigo Óscar. En su cuello han aparecido cuatro o cinco marcas. De momento no ha mutado en una de ellas, gracias al tratamiento con cremas, pero éstos se mantienen ojo avizor. Por si las chinches.
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Al alba, abandonado aquel reino de las tinieblas, mis compadres se han tranquilizado y hemos comenzado una etapa realmente dura, debido al viento. Un viento fuerte, inmisericorde, constante. Apenas se podían abrir los ojos, y la piel de mis compadres se ha curtido hasta parecer sherpas. El viento provenía del Norte, de los Picos de Europa que se divisan en la lejanía, nevados y abruptos.
En el horizonte, nubes oscuras como Mordor anuncian problemas más allá de León. A la ciudad llegaremos mañana, y mis amos barajan detenerse un día para reponer fuerzas antes de la batalla final. Agotados por el esfuerzo, a mitad de etapa hemos parado en Reliegos. Allí me he puesto tibio de yerba y éstos han conocido a Sinín, el regente de un bar muy peculiar donde se derrochan buen humor y raciones generosas. Allí han dejado su huella, en otra pared de adobe: un pañuelo de San Fermín con un dibujo y sus firmas.
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Ahora descansan en Mansilla de las Mulas, donde no hay rastro alguno de las nobles bestias que dan nombre al pueblo. Yo duermo en un recinto donde antaño se celebraban ferias de ganado, de nuevo de gratis, cortesía del concejal Leoncio, cuya filiación política desconocemos. Éstos lo hacen en un albergue agradable, sin amenazas fantasmas.
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Aquella de El Burgo Ranero fue la primera chinche, pero no será la última. El destino es que les pique algo. Hoy, cuando faltaba poco para el fin de etapa, Mikel ha golpeado con su palo unas bolas pica pica que pendían de un árbol. Éstas explotaban, pero sus pelusillas se volaban con el huracán. Hasta que el viento ha cambiado de dirección un momento y se han ido a colar todas en su cuello, para divertimento de su compañero Javier. A buen seguro habría preferido las chinches. Por lo menos no se le habría quedado la cara de tonto.

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