jueves, 26 de julio de 2012

26 etapa / Hospital de Órbigo – Astorga (Andar y roncar de más)


26 etapa / Hospital de Órbigo – Astorga (Andar y roncar de más)


“¿Qué prefieres, las chinches, el frío, o lo de esta noche?”. Mikel deja de meter el saco en su funda y, aún ojeroso y somnoliento, responde a su amigo Javier muy serio: “Prefiero que un ejército de chinches mutantes me devore de pies a cabeza mientras duermo al raso en el Polo Norte, antes que pasar una noche como esta”.
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El origen de los desvelos de mi compadre no ha sido otro que los ronquidos de un peregrino solitario que ayer compartió habitación con mis amos. Cuando Mikel se metió la cama, el sujeto ya había empezado a emitir rugidos como de oso, pero éstos no alcanzaban aún los decibelios de después . Mikel intentó relajarse, tapándose los oídos con la almohada e imaginando que el horrible sonido que provenía de la litera de enfrente era el susurrar del mar. Fue imposible. Antes de diez minutos, el peregrino, en lo más profundo de los brazos de Morfeo, echó la cabeza hacia atrás, desencajó la boca y desencadenó una auténtica tormenta. Eran ronquidos agónicos a veces, impotentes otras. Viles, obscenos, desgarradores. Ronquidos húmedos, que se asemejaban al ruido de una perforadora excavando un túnel. Tenían toda una gama de sonoridades diferente, y de su nariz o sus fauces salían diferentes tipos de ronquidos al compás, de tal manera que nunca había silencio. Recordaba a la niña del exorcista, que mientras habla pronuncia palabras paralelas en arameo o balidos de cabras como de fondo. Así eran aquellos ronquidos. Mikel velaba, pero Javier dormía. Hasta que Mikel le despertó desesperado. “Me voy a Astorga, no puedo más. Allí te espero mañana”, dijo Mikel poniéndose los pantalones. Pronto desistió de su empeño, pero estaba decidido a acabar con aquel suplicio.
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Chasqueó la lengua. Nada, el volumen incluso se incrementaba. Tosió, se removió en su cama para hacer ruido, maldijo mil veces a aquel peregrino, e incluso sopesó meterle un calcetín sudado en su boca abierta. Al final, optó por arrojar al suelo en medio de la oscuridad su cantimplora metálica. Javier lo grabó con el móvil. El estruendo pareció hacer algún efecto en el jabalí vegetativo y los ronquidos cesaron tras un cambio postural. Eran ya las dos y media de la madrugada cuando volvió a armarse el jaleo. Mikel no ha odiado nunca, pero ayer rozó la inquina. Un instinto homicida se apoderó de él, y decidió escribir mensajes a sus amigos para distraer tales pensamientos. Al final, fue más fuerte el cansancio y, ya de madrugada, cayó rendido pese a que los berridos de orco continuaban. A las pocas horas, algo le despertó. Era el sujeto que , descansado y fresco, se levantaba aún de noche para llegar pronto al fin de etapa, haciendo ruido esta vez con sus cremalleras, bolsas y bastones. Por suerte no para en Astorga.
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El resultado de todo esto es que hoy el desgaste se ha notado especialmente. Mikel se ha levantado de mal café, perezoso y algo desmotivado, y Javier, pese a haber descansado como un bebé, también empieza a acusar los efectos de haber recorrido a pie alrededor de 500 kilómetros durante un mes menos un día. La etapa de hoy, para más inri, ha sido una paliza física y psicológica.
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No debía haberlo sido, pero mis compadres han sido víctimas de un engaño. Había dos alternativas de ruta. La primera y oficial, por un andadero paralelo a la carretera, 15 kilómetros. La segunda, era un camino por bosques y campos de cultivos, más agradable al pie y a la vista, 16 kilómetros. Por un kilómetro más, tal y como lo indicaba una pintada en la bifurcación de ambos senderos, mis compadres han decidido ser campestres y pasar de la carretera.
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Ha habido cuestas, ha habido granizo, ha habido charcos y barro, y ha habido un riachuelo que me he negado a cruzar durante 30 minutos. Pero sobre todo, al llegar a Astorga, ha habido sorpresa. Venían éstos con los pies más doloridos que nunca, los gemelos cargados, la espalda pinzada y una desgana sin precedentes. “Joder, se me han hecho los 16 kilómetros más largos del Camino”. Y que lo diga. Al llegar al albergue, Jesús, un hospitalero muy atento, criado entre cuarteles que dice conocer toda la verdad del 23F, les ha dicho: “No habéis hecho un kilómetro más, sino doce”. Veintisiete en total. Alguien debería pagar por ello, pero en este país ya se sabe. Supongo que la pintadita seguirá allí puesta saecula saeculorum guiando a confiados peregrinos a un recorrido bastante mayor del esperado.
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Pero bueno, pelillos a la mar. Ahora descansamos todos, yo en un cercado junto a las murallas de la ciudad y éstos paseando por Asturica Augusta. Catedral, Palacio Episcopal de Gaudí, mosaicos romanos…. Este pueblo tiene buena pinta y para llegar a él merece la pena andar de más, llenarse de barro o incluso sufrir las vegetaciones del vecino. Bueno, yo lo último no lo sufro nunca, porque las vegetaciones, me las como.
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el grito del orco nocturno
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PD: por lo que también merecería la pena una buena paliza es por llegar hasta Javier. Pena no estar los tres allí para peregrinar “a la navarra”. Creo que tranquilamente habríamos ido y vuelto

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