jueves, 26 de julio de 2012

32 etapa / Vega de Valcárcel – O Cebreiro (El último gran paso)


Ya estamos en la recta final. Hemos pasado de 600 a 1.300 metros. No ha sido para tanto. Lo peor de la subida a O Cebreiro es que a cada paso que das, es un paso menos que te queda por recorrer. No es una bilbainada, lo digo en serio. Hemos disfrutado de la subida como chavales-pollinos. Hacía calor, sí, pero las vistas que se abrían ante nosotros detrás de cada repecho bien merecían los sudores. Mis compadres se han desprendido incluso, por primera vez en el camino, de las perneras desmontables de sus pantacas. Parecían boy scouts decadentes.

No hemos madrugado. No hace falta cuando sabes a donde llegar. Ayer mis compañeros de viaje trasnocharon viendo en el portátil de su nuevo compañero Marcos, la película The Way. La protagonizan Martin Sheen e hijo, y trata -cómo no- sobre el Camino. No está mal, aunque caricaturiza en exceso ciertos tópicos gringos sobre la piel de toro. Bueno, es digerible pese a querer enternecer al personal con el padre y las cenizas de su hijo a cuestas. Lo mejor, adivinar los lugares por los que transitan los peregrinos, reconocer pueblos y valles. Y ver el hotel de Akerreta, antaño un pesebre de vacas, donde aterrizaban de zagales Mikel y sus amigos tras lanzarse en picado por las cuestas del pueblo con sus goitiberas.
.
Por la mañana, sin prisa, con el recuerdo de la triste efeméride que se celebra hoy en España, salimos dispuestos a entrar en Galicia. La provincia de Lugo anuncia la recta final antes del ocaso de la aventura, por lo que diferentes sensaciones se encuentran en la ascensión. Emoción, porque llegar hasta aquí no estaba en todas las porras; alegría, por cumpir objetivos y vencer retos; y una sombra de nostalgia adelantada, por saber que se acerca el fin y la inevitable despedida entre humanos y animal… bueno, no hablemos de ello en demasía. Carpe diem, ¿no?
.
Desayunados a base de empanada, los primeros kilómetros, un paseo. Lo más destacable ha sido una pareja de ancianos arando su tierra con dos bueyes. Galicia, ancestral, auténtica, se anunciaba con esta escena, más de tonos sepia que a color. Mikel llamó a su madre, que hoy cumple los años, por primera vez sin sus dos hijos cerca. El uno tirando de mi ramal y el otro rumbo a Holanda. Me sumo desde aquí a las felicitaciones y mando un lametón bien fuerte.
.
Los romanos nos abrieron el camino de esta mañana hace ya cientos de años. Vaya ocurrencia encarmarse a los montes para civilizar a los pobres celtas, que habitaban estos parajes con sus druidas y sus castros. Pero en fin, hasta aquí subieron piedras para construir calzadas (bueno, las subirían sus asinus). Y castañas, que antes no había.
.
Desniveles de hasta el 10% no han sido nada ni para mí ni para mis humanos amigos. El tiempo acompañaba, y las nieves de la semana pasada no eran sino un recuerdo blanco sucio en las cumbres más elevadas. Con el camino en buen estado, hemos ido atravesando Ambasmestas, A Portela, Herrerías, La Faba… campos cuajados de berzas, paneras con el tejado de paja, vacas, mujeres vetustas guardando luto, calcetines de lana tendidos al sol, perros dormitando, olor a fiemo.
.
Trago de agua cada poco, más empanada de carne, yerba… gasolina y tira p’arriba. La llamada de la Radio se ha producido justo antes de hacer cumbre. Hoy también ha hablado en las ondas Marcos. Asegura que en los 19 años que lleva recorriendo de un lado a otro el Camino ha visto de todo, pero dos jóvenes con burro es de lo más auténtico. “Hermoso viaje el vuestro”. Dice estar enamorado de mí, y confieso que a mí me ha caído bien. Hoy se despide de la caravana y se queda en O Cebreiro, donde todos le conocen ya. Será un “hasta luego”, sin duda, el de este levantino noble, compañero de viaje, guía, y arriero desde que me conoce. “Arrieros somos y en el Camino nos encontraremos”.
.
Javier nunca había estado en Galicia, y cuando ha rebasado el mojón que anuncia al viajero su entrada en ella, se ha emocionado. De llevar, como Mikel, la boina calada, la habría lanzado al aire sin duda.
.
Entrar a O Cebrerio es viajar con el Delorian. Un mar de pallozas con sus pajizas cubiertas, pizarra en los techos, paredes de granito, empedrado el suelo… si no fuera porque es Galicia pensaríamos que estamos en la aldea de los irreductibles galos, o más aún, en la de William Wallace, a la espera de una invasión inglesa.
.
O Cebreiro consagró su iglesia a Santa María la Real. En la puerta nos recibe un monje franciscano que habla alegre por el móvil. En ese templo humilde dicen que se encuentra el Santo Grial, el auténtico. El fraile ha colgado y ahora reza, quizás rogando a Dios que no se entere Indiana Jones. Junto al cáliz, descansa una talla de la Virgen, que se inclina sobre el niño, fruto de un milagroso suceso. Más allá, el sepulcro de Elías Valiñas, sacerdote, y trazador del Camino. El que pintó las primeras flechas hará cincuenta años, el que nos ha hecho subir hoy pendientes y cerros.
.
Duermo en la pradera de un horreo. Y éstos cuentan las horas antes de catar pulpo, sopa berciana y queimada en la Venta Celta. Mañana reemprendemos el Camino como trío. Se suaviza el paisaje, pero empeora el tiempo. Qué le vamos a hacer, es Galicia. Por fin lo es.

No hay comentarios:

Publicar un comentario